La música de esta entrada fue compuesta
por Aaron Copland y es una de las más bellas páginas de la música del siglo XX.
Se trata de el primer movimiento (Very slowly) de la suite Applachian Spring
(Primavera apalache). Compuesta entre 1943 y 1944 y concebida inicialmente como
ballet, es la obra más popular de Copland. Con la adaptación para orquesta que
hiciera al año siguiente, Copland ganó el prestigioso premio Pulitzer y alcanzó
fama internacional. La versión que oimos está dirigida por su querido amigo y compositor Leonard Bernstein en 1961.
La concepción de la obra como ballet,
hace que tenga un carácter descriptivo. Intenta describir la vida de los
primeros colonos y lo que allí encontraron. El espectáculo de los Apalaches en
primavera. La fascinación ante el espectáculo de la naturaleza en plena
ebullición en un lugar privilegiado como es la Cordillera de los Apalaches.
Esta admiración de Copland frente a la
Naturaleza no es única en la Historia de la música. No faltan ejemplos de esta subyugación ante el espectáculo que
ofrece la Naturaleza: Beethoven, Vivaldi, Haydn, Strauss, Berlioz… y un largo
etcétera podría añadirse a esta lista.
En realidad esta no es una admiración
exclusivamente artística. ¿Quién, frente a un espectáculo natural, montaña,
bosque, mar, cielo estrellado… no ha sentido la admiración que Copland expresa
en su música? Me atrevería a decir que todo el mundo ha sentido de una manera u
otra esta fascinación que lleva de forma inevitable a una pregunta: ¿De dónde
nace esta belleza? ¿De dónde nace este orden?
Hace unos pocos meses tuve la
inmensa suerte de estar frente a un genio, un astrofísico que vive fascinado
por esta belleza: Marco Bersanelli. Era absolutamente asombroso escuharle contar las
formidables dimensiones del Universo: solo en nuestra galaxia existen más de
200.000 millones de estrellas y a su vez se sabe que hay unas 200.000 millones
de galaxias separadas cada una por miles de años luz. Y nosotros, ese pequeño
punto, apenas una mota de polvo. La Tierra, el hogar del hombre, del punto
culminante del universo, del punto autoconsciente, del único ser que se
pregunta y se maravilla de lo que existe y para el que todo ha sido creado.
Ante este espectáculo, y frente a todo
lo que existe, solo cabe repetir algo como decía la madre de Giussani en cierta
ocasión en que en un amanecer caminaban juntos: "¡Que bello es el mundo y
que grande es Dios!" Es decir que bello todo lo que existe que nos deja
ver lo que late detrás de eso, de esa apariencia, de esa grandeza: la Belleza
que sostiene la vida.
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